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sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Y Clermont? Bueno, es mejor que la muerte....

Paso el primer fin de semana como apátrida haciendo café para postreras confesiones de malos hábitos. Mejor dicho, políticamente incorrectos... La casa necesita un orden que entre semana se olvida en la esquina que une mi habitación con el toilette. No sé quién eligió tal sitio para el mocho...

Creía haber entendido que Mesié Caseré venía hoy para hacerme el ágape de bienvenida que obliga la politesse francesa. Pero me quedé con el queso y el vino en la mano... "como un gilipo...llas, madre..."
Recuerdo a Javi y los días que pasamos de tren en tren. De chiflo en chiflo, y siempre con maletas, recorriendo mapas.

(Continuará...)

Son pocos los días que llevo aquí; pocos mis devaneos. Sin embargo, la sombra de la catedral, que emerge de repente -como en Vetusta- no deja de sorprenderme. A la hora que sea. Siempre tiene una iluminación adecuada para el momento en el que, entre dos callejuelas, la descubres solemne, observadora, quemada -como su color- por la quietud entre la muchedumbre y los borrachos que evacúan en ella.
Por un momento, medio tumbada a sus pies, me parece la catedral de Mary Poppins, con los santos mirándote, y la señora de las palomas desmigándose las manos en la escalera...
No sé por qué siempre acabo comparando algo con esta película... Me marcó, quién sabe la razón. Quizá se me condenó a ser un eterno Peter Pan porque nunca llegó a mi ventana la "Mary" que yo esperaba...

Es extraño sentirse gótico perdido bebiendo cerveza caliente en un banco; más aún si eres abordado por un ser ebrio permanentemente que te confiesa que está loco como Don Quijote : Él sólo quiere dormir en este mundo lleno de chicas bonitas, donde todo se mueve por "monedas" y para quien los molinos es todo aquel que se mueve... Cervantes y su Galatea deberían sentirse orgullosos...
Finiquitando el tema del mad men, los últimos coletazos de la Movida madrileña hicieron verdaderos estragos al sobrepasar sus propias fronteras. Ya comenté algo del mal que nos hace el exportar lo peor de nosotros: no lo que nos hace conocidos mundialemente, sino no saber dónde, cómo y por qué acaban las cosas. La no aceptación de un posible final feliz. Punto pelota. Nuestra ansiedad de alargar la agonía, la muerte anunciada -en boca de García Márquez-: condenarse, irreversiblemente, al fracaso.

Ana dice que le daría miedo salir por aquí. Ambas sabemos que el savoir faire française entraña mucho más que unos colines, una bicicleta o una camisa a rayas y boina... Pero, ¿qué? ¿Intercambios culturales en la calle, tal vez? Peut-être....

(2:26 a.m.)

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