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lunes, 28 de septiembre de 2009

La bicicleta de Íñigo

Íñigo es un personaje.

No literalmente, claro, pero lo es. Vida costrosa (según él) y padres con visa. Sí, es una buena manera de ver la vida...especialmente la económica.

Ya apuntó maneras en nuestro primer encuentro cuando a los dos nos salió del alma arrimarnos a una bolsa llena de ropa tirada en la calle.

Ayer descubrimos lo bien que se nos da regatear en el mercadillo de Clermont, y salimos con las manos llenas por menos de 2€... Te sientes tan realizado cuando consigues este tipo de gangas.... Aneta, desde Móstoles, tenía razón: quien no amuebla su casa es porque no quiere. O porque no tiene un cubo de basura localizado.

Volviendo a Íñigo, seguimos buscando una bicicleta para movernos por la ville. El intento de levantársela al vendedor de ayer nos salió mal. No porque nos cazasen; sólo que los pedales estaban desencajados, las ruedas no tenían cámara y las pastillas de freno... Sí, también pensamos en Estopa.

Después, acabamos reuniendo unas maderas para construirnos una estantería. Él, en su habitación (sin baño y cocina compartida) de 9 metros cuadrados. Yo, en ese extraño hueco que queda entre la cama y la pared, para tapar el desconchón de forro cutre que alguien puso algún día. ¿Puede entenderse que haya una huella de tiznón negro con forma de mano en la pared, a más de dos metros del suelo?

Reflexiones a parte, lo mejor con o de Íñigo es la vuelta a casa, después de llevar toda la tarde buscando una brasserie abierta, una caña o, simplemente, sin hacer nada. No es comenteo, siquiera, porque la confianza es mutua, pero las distancias de recién conocidos también. No obstante, la cosa es no quedarse callados, nada de silencios incómodos en nuestra nueva vida de aprendices. Hablamos de vuelta, siempre recorriendo la misma calle. La charla no es demasiado tranquila; más bien, un tanto nerviosa, pero sin ser forzada. Parece, con lo delgadurrio que está, que se curva y apoya en mí, y me permite que yo me recueste en él. Nada de vulgaridad física; me refiero a lo emocional. Chacun es chacun (en nuestro mediocre francés) pero es divertido compartirlo "todo" con personas que están a tu lado, como tú al suyo, por mera casualidad, suerte, destino,... llámese "equis". Compartir hasta el pan de la cena, pero cada cual en su mesa.

No creo que esto llegue mucho más allá; quiero decir, a crear una gran amistad, aunque, qui sait?

Fue la primera cara que coloqué en el álbum del que hablaba el otro día, con quien tomé la primera coca-cola en Clermont e intercambié primeras impresiones en mi lengua, sin pensar (como acostumbramos nosotros, los españoles).
Creo, que sólo por las causas-efectos que lo ya dicho conlleva, merecía la pena nombrarle en un blog que sólo yo leo.... Aunque sea de esta manera tan infantil, imitando hacer, empero, una brutal descripción galdosiana...
Soñar es gratis; vivir en Clermont, pas du tout....



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Es sorprendente lo integrados que tienen los alemanes la cultura McDonald. También, la cara con la que miran cuando dices que ni eres católico, ni practicas el capitalismo yanki y para tí, una catedral, es arte y no rito.

Me gustaría mencionar, sin perder credibilidad, que ayer recordé, reflexioné y comprendí al profesor C.M., J.A. Justo delante de la que, por poco tiempo, mi sombra soñó que sería nuestra nueva casa. Fue un momento magdalena proustiana ,como cuando tu padre lleva media vida diciéndote siempre lo mismo y, sin saber por qué, un día ves la luz y lo entiendes todo... En 3º de carrera, para Literatura española del siglo XVII, suena raro leerse Encuentro en Telgte , de Günter Grass; en 5º, haciendo erasmus, cuando intentas relacionarte con oriundos de Münster, ya no parece tan estrambótico.
La lectura de Alatriste , sin embargo, sigo sin pillarla... Supongo que tendré que esperar a relacionarme con españoles....

La bureaucratie saca lo peor de mi. Aguantar una cola de chinos intentado comunicarme con ellos en francés, también... Podría estar diciendo improperios sobre esto toda la tarde, pero prefiero optimizar el tiempo pensando en los magníficos rollitos de primavera que compró Gema en Gran Vía. Cada noche hacemos videoconferencia. Veo su cama, su sillón y su gran melena de pelos al viento (como diría Luis Ramiro) tapando el frío...

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