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lunes, 30 de noviembre de 2009

Preciosa o las panderetas



Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.

Ya lo dijo Lorca.

Y Cervantes, con su ingenio, tres siglos antes habló de ello en su Gitanilla. Tan grande era que lo destiló en prosa y verso.


Clermont, donde las luces permanecen encendidas hasta el alba; donde la navidad y sus primeros brillos sólo parecen existir en la escondida nocturnidad de este diciembre gélido; Clermont, pues, tras gastarse en luz, olvidó el ruido. Y es que aquí falta eso: el sentido del oído.
Nada de panderetas, ni aguinaldos, ni villancicos. Nada de desagradables matasuegras, ni bromas que suenan a ventosidad ocultas bajo la galleta de una silla; tampoco esos cigarros prensados, deshechos y liados por segunda vez que acaban en el estallido de un petardo de feria con el corazón de un fumador a punto de explotar. Nada de cabalgatas, nada de campanadas, nada de nada.
Nada de risas, nada de celebración. Sólo cumplidos que se entrecruzan en miles de lenguas que viajan desde Babel.

Silencio que chisporrotea en los tendidos, de farola a farola. Y el silbato de "viajeros al tren" despierta un lunes más. Porque hasta las campanas de la catedral, parece que yacen sin rechistar.

La España de charanga y pandereta...

Y Machado, corriendo a su muerte, huyendo a Colliure, también lo sabía...

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