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jueves, 26 de noviembre de 2009

Madrid-París, 63'89€

Viajo porque me obliga mi soledad, mi tristeza, mi malestar. Y para esto, el mejor remedio y excusa, para su explicación causa-efecto, no quedarse quieto es algo más que recomendable.

No tengo a nadie que me espere en casa; que me llame cada día; nunca quise tener novio, ni novia, ni perro que me ladre cuando suenen las llaves.

No me apetece leer; ya no me acompañan los personajes.


En dos meses he dormido en siete camas de tamaños, olores y colores diversos, con gente de distinta raza, cultura, ideología
, pero ninguno de ellos daba calor. Siento que si se estrellase el avión o descarrilase el tren en el que viajo, sonaría la música de victoria de Ryanair. Poco importaría.

Viajo en latas de sardinas en las que me siento un punto aplastado por el que no pasa ninguna línea. No se cumple en mí regla alguna física, química, filosófica. Me como los paradigmas, los arquetipos y las leyes universales. El mirar por encima del hombro ya no supone para mí otra cosa que la demostración de una mala higiene capilar...

Escupo en la cara del arrogante si una paupérrima flema se me atraganta al despertar por las mañanas; me zafo de los eruditos a la violeta con un leve levantamiento de cejas, con un no te lo crees ni tú; espero un único sonido que retumbe del pasado y llegue hasta aquí, a 6000 pies del suelo; me gusta pasearme con mi boina y mi bicicleta y timbrar a los coches que me insultan si me cruzo; destesto las despedidas pero reconozco el placer masoquista de llorar a mares en ellas...

Estoy en tal estado de confusión que imagino mi historia como la de aquel que hereda fortuna y derrocha todo en putas, bohemias y hadas verdes....

¿Esto es Modernidad?...

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