Páginas

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Y la vida siguió...

A la sombra de lo que fuimos, por haberme escondido el DNI... por ayudarme a facturar el equipaje y seguir explorando....
A Rober, por las miradas en aquella cena de acción de gracias...


Joaquín Sabina vuelve a sonar en Paulines.
Qué lejos queda ya el viernes pasado. Parece como si nunca hubiera existido. Los nervios, el avión, los primeros carteles en español después de dos meses, el sol a rabiar de Plaza España. Cuesta de San Vicente. Glorieta de Príncipe Pío. Puente de Segovia. Tanto puente para tan poca agua. Siempre la escena de Plácido en la cabeza. Y Zamora Vicente. Recorrido del 500. "Ay, no, si no es ésta.... era la siguiente..." La sonrisa nerviosa de "la próxima esquina y ya estoy"... Calle Guadarrama...

Y como ET.... Mi casa.... Mi casa... Mi casa....
Y ya no pesa la maleta; ya deja de importame cualquier cosa; ya se me sale el corazón, la risa, la angustia retenida durante sesenta eternos días; ya todo explota.... empiezan a salir colores desde las ventanas... canciones, algarabía, ratos pasados, disfraces, chistes,... Bien, el buzón sigue roto... Qué impresión ver el portal. Esa escalera, la bienvenida en el tragaluz. La cocina, el salón. El cigarro del balcón... No puedo dejar de llorar...

Y es triste porque, pese a la afonía y el oído entaponado, fue el único momento chechu que hubo. A decir verdad, han sido demasiadas cosas nuevas en tres días de bálsamo. Podría decir miles y miles de cosas. Ayer, cuando por fin monté en el avión, necesitaba escribir, llorarlo todo.

Todo merece la pena cuando el resumen de la novedad se concentra en tus lágrimas a la salida del teatro. Nadie puede sentirlo; nadie puede entender que, más allá de todo, lo único que importó fue que reventaste de felicidad al verme... Gracias por seguir siendo la niña madura de manos encayecidas que rebusca en la nevera para preparame la merienda para el camino de vuelta. Por quedarte mirándome, sonreirme y pedirme dos caladas. Por alegrarte de mi felicidad contigo. Por volver a llorar mi partida. Gracias por tu sonrisa perpetua en tiempos de silencio.

Gracias por el abrazo que me diste sobre la cama y el llanto que no permitiste; por la tarde de miércoles que no pudo ser. Por habernos aguantado tantos silencios con la tele de fondo. Por haberme sonreido cuando pasabas y me viste escondida en el portal. Por haber conseguido entenderme, quererme y echarme de menos tal como soy. Gracias por tenerme en la mente ahora más que nunca.

Gracias por la tortilla de papas que me prometiste a mi vuelta. Por llevarme de excursión al Burguer. Por el desayuno de 1'50 con Tomás, por seguir fiel al tomate picao y a los derroteros. Por ser tú siempre conmigo. Gracias por no tener que decir aquí todo lo que ya nos hemos dicho.

No se celebró nada; no se rememoraron carcajadas apolilladas; no se recuperó el tiempo perdido. Y, sin embargo, recuperar la rutina a vuestro lado hace mis días más felices. Sólo ahora (en el avión) a 25 días de volver, comprendo la razón de este viaje. Aunque la vuelta a este desierto flemático y chovinista sea casi peor que el primer día que lo pisé.

Tengo que pedir perdón por tanto desorden. Pero estoy triste y hoy, en mi habitación, me siento sola sin el sofá amarillo, sin la radio del baño, sin la sombra que ronda la mesita de cristal y te empuja hacia el tótem de madera. La física aún no encontró una explicación para tal diferencia: incomprensible el tiempo que pasa raudo y veloz allí; tedioso, vulgar e hipocondriaco en el resto del mundo. La filosofía del estado alterado que supone estar con vosotros tres y que teoriza sobre cualquier sinrazón universal; o que, al menos, ayuda a sobrellevarla.

Han sido unas pocas horas de volver a creernos inseparables, inmortales, héroes bohemios y señores entre la élite mundana. Pero ahora toca volver a la realidad. Aprender de nuevo a vivir a distancia. A ver la saga de Chechu por capítulos, fascículos y mails. Formáis parte de mi átomo de vida. En cada una de mis letras estáis vosotros. Mi putísima trinidad, a la cual venero. Y eso es tan grande como el abrazo de ocho brazos que nos dimos en la calle de Prim.

Perdonad tanta sensiblería, pero la cursilería de estos párrafos supone una separación, un duelo y unas lágrimas poco fáciles.

Gracias, una vez más. Gracias... Os quiero. No os vayáis nunca.
La casa Chechu está donde esté él...

No hay comentarios:

Publicar un comentario