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sábado, 28 de noviembre de 2009

Mon p'tit sapin

Clermont, al igual que el resto de villas "como Dios manda", ha estrenado su luminaria navideña a tres días de diciembre. Lucecillas; gente desmadrada comprando detallitos entre la FNAC, Le marché du Noël y la librería-papelería-videoclub Le Volcan; niños escogiendo lo que pondrán ellos mismos bajo el abeto el próximo 25...
He pasado toda la tarde buscando películas baratas para entretenerme esta noche. Pero las larguísmas colas y el griterío nervioso del último sábado de noviembre, no me dejó decidir con cuál quedarme. Y me volví a casa con frío, con las manos en los bolsillos, ahogada de tanto fumar. Sé que contigo no hace falta el disimulo; puedo decir "no sé nada de cine".

Pero lo que quería decir es que, al parecer, por primera vez, no me atosiga todo el gentío, la parafernalia, el bombo y platillo que se le da a unas fiestas que devienen, año tras año, en un monstruo más comercialmente capitalista. Al igual que allende los Pirineos, aquí no saben de la existencia de Plácido, de "ponga un pobre en su mesa", de la caridad que nunca hubo ni habrá. Pero, repito: parece que no me es tan desagradable. Al menos eso, las bombillitas de colores y la serpentina en los comercios de este retiro protestante francés, donde los días de lluvia gris te hacen recordar a La lista de Schilder si sales a pasear con tu abrigo rojo-burdeos, al menos aquí, decía, empieza a deslumbrar un breve destello de calor eléctrico.

Al llegar a la Place de l'Obélisque, intenté coger aire y sin darme cuenta, me sorprendí mirando al arbolito azul electrocutado por watios y watios. Crucé la calle, e incluso, llegué a casa, pensando en las castañeras de Cuatro Caminos, de la Calle Mayor esquina Arenal; en los puestos de pelucas, de pinos, de belenes y musgo. Un humillo salía por la ventana del Kebab que se ve al doblar la esquina. El pollo del día navidad me e/incendió la pituitaria. Y con un "Merci, madame", uno de tantos niños con boinitas negras que compran el pan cada sábado tarde me trajo a la cabeza a ese Chencho que se pierde todos los 24 de diciembre.

Parece que llega la Navidad. Empiezo a abrir despacito el Calendario de Adviento y lo único que veo son huecos vacíos de 2008. El chocolate lo dejé en tu despensa. Cada ventanita no es otra cosa que una noche más con medio colchón llorando.

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