Páginas

martes, 12 de enero de 2010

Creencias de un arado en campos de nieve

Ayer, intentado dormirme, dando vueltas en una cama que hace la noche interminable si lo que esperas es la llegada del día, vi cómo, entre las rendijas que dan los quicios de mi puerta, se colaba luz del cuarto de al lado.

Y me hizo recordar a mis padres...

Hace tiempo ya que pasaron las berraquinas por no querer irse a la cama; de no poder dormir si escuchabas la tele encendida; de deshacer el entramado de sábanas, manta y edredón pataleando para que te contaran un cuento. Todo eso ya se acabó. Porque ahora mismo, no tengo televisión por la que llorar; ni salón donde se encuentren los mayores que pueden acostarse más tarde, porque los mayores, son cada vez más mayores y están, también, cada vez más lejos.
Mis ojos se desviaban hacia ese apocado rayito que despuntaba de la masa oscura de la que pendía mi cuerpo apoyado en el colchón. Iban hacia ella, como el niño que busca Narnia entre las puertas de su armarion. Iban y la conciencia los cerraba, los traía de nuevo llamados por la realidad de las altas horas, del madrugón del día siguiente. Pero volvían a ir... Como Hércules en su misión de separar el estrecho, se aferraban a cada jamba y dilataban la madera para intentar ver más allá... Querían ver a mi madre, con su batín azul oscuro, de imitación chinesca, fumando interminables cigarros; ver ese cuerpo metido en camisón rosa palo, con las típicas pelotillas que hace el tiempo y el cuello de encaje, a lo "principios de siglo". El sofá marrón, como de pana, que tantos huecos ha ido registrando hasta el día en que la modernidad llegó a casa y el cuero plástico sustituyó a la tela de antaño. Ya digo, tanta maraña de ayer tejida en esa desgastada tela...

Se oyeron pasos. La puerta del baño; la cisterna; otra vez, la puerta del baño. De nuevo, pasos. La luz de la cocina y su bisbiseante susurro eléctrico; la puerta de la nevera; una garganta que traga agua fría; y, apagando el interruptor, pasos de regreso.... Mi padre. Ése era siempre su recorrido; el mismo que ayer oí desde la balsa que hace mi cama. Y la suya. Un somier en madera, que rechina tablas baldadas y una radio que se apaga cuando ya estamos lejos, dormidos.

A mis santos padres, porque en la única religión que me enseñaron a creer fue en la del trabajo duro, constante y acompasado.

1 comentario:

  1. Esa es una de las mejores lecciones que a uno le pueden dar.

    ResponderEliminar