Me gusta el olor a humedad que entra en el cuarto por la ventana cuando la abro, recién levantada. No importa el frío que se cuela por sus rendijas; es mejor torcer la cabeza y sentir el calor de la frasada.
Los miércoles, quizá por la costumbre adquirida durante los últimos cuatro años en Madrid, suelen ser días de reposo. De no salir de casa y poner cualquier burda excusa de "estoy liada", cuando, en realidad es "no me apetece hacer nada". Dormito por por la casa. De la cama a la cocina; de ahí al escritorio. Como mucho, una pequeña escapada que alivie desperfectos de última hora.
Escuchar versos de Sabina; leerlos en Cortázar; y pensarlos mucho mientras el cenicero cobra dimensiones de ayer.
El resto de casillas del calendario, también se definen por esa posesión de rutina, casi británica. Levantarme. Hacer café. Tomarme un zumo con tostadas saladas. Mirar el correo mientras termino el desayuno.
Y, aquí, empieza el día a día.
Una página, otra. Hoy toca compra, ir a Secretaría para comprobar el humor de las chicas. Leer esto o aquello. ¿Comes en casa o en el CRU? Biblioteca; librería; y si pinta, una pinta fresquita.
Vuelta a casa. Uy, qué frío...
Y de nuevo, rutina.
Aquí dentro, todo es rutina, monotonía escogida. Dulce reposo para el alma exploradora del cuándo, dónde, cómo, por qué... Los complementos circunstanciales que hacen que la vida, llena de casualidades, teja la maraña de puentes, ventanas, puertas y espejos por los que asomarse. Y no dejar nunca de descubrir(se).
Ver que, sin saber la razón, esta noche pende de la rinconera una bota añeja.
Que tres baldas se colaron en la cabecera de la cama.
Que ya se adivina un nuevo hueco para el siguiente mapa...
Sí que funciona, yo lo uso porque estoy muy muy oxidada escribiendo y es una buena manera de recuperar la forma.
ResponderEliminarLo que hago es pedirle a una persona que me escriba 10 palabras al azar, y luego hay que colocarlas en el mismo orden en que te las han dicho (la técnica no es mía, me la recomendaron).