Ensayo sobre la solitud, o
la sola compañía de la memoria.
Y verte cómo cambias
-y lo llamas vivir-
en todo, en todo, sí,
menos en mí, donde te sobrevives.
Pedro Salinas
-y lo llamas vivir-
en todo, en todo, sí,
menos en mí, donde te sobrevives.
Pedro Salinas
El hombre es un lobo.
El hombre está mejor en soledad.
El individualismo del hombre.
Esta era la tesis que defendía Rousseau.
La falsa sociabilidad del ser humano iba en detrimento directo contra este principio, el de que el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo corrompe. Si es así, ¿por qué ese afán de establecer vínculos con los demás?
El instinto de relación que conlleva el contrato social que nos determina -también entra en juego el determinismo que achica la conciencia humana, su capacidad de desarrollo propia e intransferible- se basa, en cierto modo y conforme a según qué perspectiva, en el miedo. El terror que cualquier ser, condicionado a priori, tiene a quedarse solo. Porque, definitivamente, la raza humana está dominada por la irracionalidad animal del pánico y las necesidades básicas a cubrir, como puedan ser el hambre o el deseo sexual.
Entonces, tampoco diferiríamos tanto de los cánidos u otros tipos de cuadrúpedos.
Empero, retomando el tema del acondicionamiento social del hombre, observamos un miedo humano a la soledad; abstracción que como dije, aterra.
¿Por qué? No es nada fuera del margen volver solo a casa después de la tarea del día; no encontramos anormal el ir a la compra acompañados únicamente de nuestros pensamientos, que desvarían entre cocinar patatas o huevos; como tampoco lo es el realizar los quehaceres domésticos contando para ello solo con la bayeta y el detergente o la lejía -entes concebidos como poco animados-. Sin embargo, sí es raro e incluso, tomado por costumbre, criticar a aquellos que, sumidos en sus proposiciones y cláusulas mentales, mueven los labios en soledad y para sí mismos, como diciéndose algo. Esto es, hablar uno solo; algo que todos practicamos con frecuencia. Pero como decía, mal visto y comentado con feroz hipocresía.
Tal vez, la gente que frecuenta dicha actividad sea la única que verdaderamente entiende, y por tanto, sabe que el hombre está solo.
Aquí nos unimos a la propuesta individualista del autor francés. Crítica a la soledad consabida y aceptada. ¿Por qué? Me pregunto yo -sí, en soledad y para mí-. Se critica, pues, algo que no se tiene como norma, o, en este caso, algo que no se asimila.
El pavor a estar solo.
A saberse solo.
A sentirse solo.
Algo que acentúa esta problemática, es verse amenazado por ella - la soledad - cuando una multitud desconocida e impertinente rodea el espíritu. De nuevo, el determinismo social.
Existe, en cambio, un reducido número de individuos -quizá aquellos que habitúan a hablar consigo mismo- que eligen libre y deliberadamente, nunca por albedrío locuaz, esta opción de tener en estrecha amistad el ámbito de la solitud.
Y digo solitud, término catalán -lo cual, también traerá problemas por lo ya sabido respecto al agudo nacionalismo que recientemente han adquirido las lenguas y sus instrumentos de expresión en la realidad común- porque me resulta una realización material de lo abstracto más bonita de la que se tiene en porción de lo que verdaderamente es.
La soledad, sí.
Ese camino a seguir, escogido por unos cuantos de toda la multitud, que lleva a la realización plena que persigue, instintivamente, nuestra razón.
Recreación individual entendida como exaltación de la porción de libertad que nos corresponde a cada cual dentro del irremediable entorno social en el que un día fuimos expulsados y con el que, día a día, hemos de convivir.
Dentro de esa bifurcación escogida, rayaría una nueva separación: la de aquellos que, en un intento de escapismo extremo, pierden la noción del tiempo, del espacio, y que, sin saber muy bien dónde se sitúan, quedan desviados completamente y descuidan la línea separatista del imaginario colectivo y el suyo propio. O lo que es igual: la frontera entre la realidad y la imaginación.
Dejando a un lado dicho asunto, lo cual ya sería de absoluta gravedad para la integridad de la mente humana, seguimos en el sendero de la solitud. En él encontramos entes, sí, en plural, porque elegir el derrotero de la soledad no significa que uno se vaya a encontrar, de repente, en una llanura deshabitada, colindante con la nada. Error de comprensión que provoca, en parte, dicha aprensión a ese "estado" (porquela soledad lejos de ser un acto, es, más bien, un estado; uno "está solo", voluntariamente o no; pero lo está, lo es; no lo crea o lo realiza; simplemente, lo acata y actúa).
Estos entes, como decía, caminan con las manos en los bolsillos; los ojos bien abiertos, mirando, rastreando todo vestigio de esa extraña especie bípeda con la que se cruzan, aunque muy de vez en cuando. Se impresionan de ver prójimos como ellos, con su misma solitud adquirida; y, sabiendo que cada vez que se encuentren con uno, evidentemente, son uno más, han de rascan toda superficie que ven hasta extraer de ellos su máxima exhalación. No se debe confundir esta laboriosa tarea de arañar la superficie callosa del alma, con la tendencia popular que se tiene al otro lado del camino: la del fisgoneo interesado.
En absoluto. Para ellos, es un aprovechamiento intelectual, cultural, espiritual, si cabe, que agranda como persona a quien posee, como máxima, el deseo de expandir su abstracto.
Un goce privado.
Un disfrute autonómico.
Una dicha independiente.
Mas no todo el recorrido se presenta tan placentero.
¿Cuál es el precio de la soledad? Aquí empleo ya el término castellanizado, porque entiendo que la comprensión del lector estará más facilitada, al estar más vinculado a su uso.
¿Cuánto cuesta estar, saberse y sentirse completamente solo?
Aunque, ¿es eso posible? Sin duda, los seres que caminan por la ruta solitaria, mantienen -y de manera frecuente, pues tampoco deben ser considerados como aislados, pese a que así sea- contactos con esa ancha avenida transitada por la masa (tómese, para más y mejor claridad, el ejemplo que Ernesto Sábato hace en la descripción de El túnel).
Que las noticias venideras de sus antagonistas, sean perecederas y sin posibilidad de usufructo, no quiere decir que no las reciban, pues, como se explicó, igual viven en sociedad, se relacionan, aunque módicamente, con ella. Con lo cual, es difícil aclarar si el ser , digámoslo así, solitario, está por completo sólo.
No. En mi opinión, no lo está; pero es normal que así lo sienta.
Cumple, a duras penas y con acatamiento impasible, esa parte que se le adjudica dentro del contrato social del que, en ocasiones, tanto reniega.
El ser solitario sufre la marginación dentro de un mundo no pensante, no concluyente, y por lo tanto, sin principio ni fin. Sin razón de ser. Entreveo más comprensible su existencia, dedicada a la reflexión de los acontecimientos presentes, pasados, y, por qué no, futuros, o enunciados posibles dentro de una mente que atiende a las señales que otros le van dejando.
Verdaderamente, el precario dilema para el que apoya la noción de la soledad, de la manera más práctica posible, esto es, con su propia existencia, es justamente esto: las marcas o pistas de extraños, la aparición de los recuerdos.
Mi convencimiento me da razones para creer que, aquel que vive feliz en soledad, nunca se arrepiente de ello. Nunca, salvo cuando una señal externa le daña la tranquilidad; le excita el ánimo. Y éste, solo puede ser perturbado por algo que marcó un antes y un después. La pérdida de algo o alguien. El paso dado entre ser presente y ser pasado. Ser el recuerdo de alguien. No imagino hasta qué punto esto es algo positivo. Mientras todo cambia, evoluciona o, simplemente, se deja arrastrar por el paso del tiempo, el recuerdo queda quieto. Impune a todo. No sufre, no se transforma. Nada puede alterarlo. Es y será como en su día fue. El mismo. El último apretón de manos, los dos corteses besos finales; ver cómo desaparece en la lejanía una figura. Eso es lo que permanece. Incluso la pesadumbre; o la tranquilidad, en caso contrario, que deja el adiós con un semejante, es lo que finalmente selecciona la memoria. Y ahí está. Pasa un tiempo (tanto más cuanto más importante sea) y su nombre, reverberando en cualquier punto del planeta - incluyendo si pertenece a alguien que componga el lado de los "no solitarios" -, hará que vaya esa instantánea a hacerle una visita al alma transeúnte en solitud.
Y, de nuevo, confusión. Ser recuerdo es ser pasado. Ya no hay posibilidad de retorno.
Todo reencuentro -entre solitario y el personaje que conforma su recuerdo- , si es que lo hubiera, estará encabezado por un "¿Te acuerdas cuando...?" Con este supuesto, y tras las previas etapas, cual duelo, de negación e incredulidad ante la reciente pérdida, llega la aceptación de la realidad.
¿Dónde está todo aquello que, pensaba en soledad, seguía vivo? ¡Ah! Increíble la posibilidad de que algo fuese como creía que era. Subjetivos recuerdos...
"¿Se puede confiar en los sentidos?", dijo Kant. Atrofiados, distorsionan lo que nos hacen percibir. Ilusiones y recuerdos no son más que eso: precaria veracidad que nosotros mismos nos hacemos creer. El consuelo de los tontos. Alivio sintomático para los avispados que huyen del ayer. Aunque, resignándose estoicamente, el discernimiento alcanza a comprender que siempre será mejor ser recuerdo pasado que nunca vivido. O, peor, sujeto irreconocible ante los ciegos ojos del insensible.
Por ello, la memoria mata el deseo de liberación en soledad. Hace llorar por la añoranza de compañía externa; provoca, incluso, al solitario avergonzarse de su elección. Y es entonces, cuando surge el retrotraerse del individuo. La desmemoria que rompe la unión entre la mente y el alma es el bálsamo que cicatriza los tijeretazos de ciertas incursiones realizadas, descabalmente, al lado del camino donde no pertenece el solitario, y por el que regresa al que nunca debió abandonar.
Entonces, de nuevo, deseo incontrolable de olvido y redescubrimiento de soledad a solitud.
El deleite de volar en solitario, sin que las alas de la imaginación, el entendimiento, la razón y el sentimiento, se vean cercenadas por lo arbitrariamente establecido, acordado y acomodado a esa otra parte del camino que sin duda es la opción más fácil y holgada de asumir.
Tomar decisiones en una vida que se plantea, desde el nacimiento de la misma, basada en la dualidad bipartidista del laissez faire, laissez passer, no es otra cosa que el reflejo fisiócrata de esa despreocupada ruta poblada de cretinismo mental e ideológico.
Enlazando el último punto, doy conclusión al adentrarme en el lodazal de las ideas. Quede claro que las defendidas por la soledad no son una contraposición o cabezonería ilógica de sus incondicionales. Son, por decirlo de manera sencilla para la intelección de aquellos que se vean aludidos con tal término -pues será que la dominan- , la única manera de expresar la individualidad que surge de la felicidad -y/o viceversa- cuando ésta, postreramente, es encontrada. Y no precisamente al final de una marginada existencia ubicada siempre en un plano inferior, de identificación simpatética, sino en aquellos pequeños momentos de deleite en el que uno y uno, recién encontrados y aún sorprendidos, dejan de ser dos en soledad.
Supongo, que, para el común de los mortales, llegar hasta este punto ha sido algo bastante amargo.
Afirmo, lo es.
Sin embargo, para el osado que haya continuado, solo por convicción propia -y tal vez, algo egoísta- ha de significar dos méritos. Uno, el de haber resistido un obstáculo más en el empedrado camino. Dos, el de saberse descubridor de la más profunda soledad que impera detrás de estas líneas.
Tú, que has llegado hasta aquí, puedes considerarte abiertamente y sin tapujos como un verdadero ser en solitud; pues si no, ¿hubieras podido emplear este tiempo disfrutado en compañía de intereses ajenos?
¡Hola Judith!
ResponderEliminarMuy interesante tu escrito sobre la "SOLITUD", cuando vi en mi blog el icono del tuyo con este título, pensé en la novela de Victor Català "Solitud" que es de una mujer Catalina, la autora, que tuvo que poner ese seudónimo por los tiempos que corrían. Es una novela preciosa y pensé que tal vez sería el contenido de tu post.
Pero esas reflexiones que haces son muy buenas. Yo creo que el humano se encuentra en su individualidad y que debe ser coherente con el interior que se va formando en él. A veces, la colectividad nos embrutece, nos refugiamos en ella por el miedo. Creo más en la persona que en el grupo y más en el grupo que en una gran masa.
A veces, protegidos con el anonimato de la masa, somos capaces de cometer o visualizar verdaderas barbaridades. Se debe de evitar ésto a toda costa.
Un beso y buen fin de semana.
Hola Clariana.
ResponderEliminarMe alegro que te hayas atrevido con esta entrada (lo digo por lo larga y, posiblemente, coñazo, que debe de ser).
Conozco el libro del que me hablas, Solitud, de Catalina Albert i Paradís. Lo leí en 3º de carrera, y me pareció increible. Sobre todo, el personaje del "Ánima" y del pastor (creo que en catalán lo llamaban "Gaietà"...)
Y sobre el post... Lo escribí hace tiempo. Y me he dado cuenta al releerlo que cada día creo menos en la masa y en el grupo. ¡Qué le vamos a hacer?
Un fuerte abrazo.