Pero aún así, se intenta.
Sigues la promesa de pasar un buen rato en medio del campo.
Conatos de convivencia con gente que debería ser próxima a ti, por lo vivido, por la situación actual.
Acudes al evento con alguna vianda en la mano; bebidas, calor y naturaleza. ¡Qué domingo tan especial!
No. Error.
Y al toque te ves, una vez más, de vuelta a casa. El estómago llenode una sensación de vacío, pensando... ¿Me faltará alguna pieza para ser como el resto?
Es la pregunta que siempre viene a la cabeza en el ineludible camino de regreso. Ya a solas, la mente desvaría, a sus anchas. No quiere decir esto que no lo haga cuando está en compañía. Solo que, rodeada de otras, la mente procura centrarse en los hechos, no vaya a ser que otra esté pululeando a su alrededor y sea capaz de captar alguna señal de S.O.S.
La señal... La maldita señal que parece perdida. Más o menos, perdida como el fugitivo de su propia vida.
Seguidamente, uno piensa ¿He perdido el don de gentes, la labia para con los demás?
Nada hay que llame su atención; distraída desde hace meses, relaciona cosas aparentemente irreconciliables, con el único objetivo de creerse motivada, alterada, conmovida por algo que hace reír o llorar a la multitud. Es imposible (o eso creía) verse rodeada de una gran masa de gente que celebra y una, impávida, impertérrita, inmutada, piensa ¿en serio está pasando?
En estas ocasiones, pongo la mano en el pecho y el latido sigue su ritmo constante. Nada de aceleraciones. Nada de letargo en el sístole-diástole. Nada...
Y te sientes como un fantasma que recorre la ciudad. Parece que nadie te viese. Te paras a pensar; te detiene la pausa obligada del fumador. Un cigarro, un poco de humo que despeje esa mente quasi-atrofiada, o la turbe un tanto. Sentada en la acera, un aparcamiento vacío en el que estás sola.
Ves pasar un coche que continúa la marcha. Ni siquiera se preocupa de la luz roja del semáforo. Y desaparece...
Ves correr, sin ademán de detención al tipo que cada día, a esa misma hora, hace su sesión de footing matinal. Y zambullido en sus auriculares, la música de "apareamiento de ballenas" (mundialmente conocida como "chill out") le aleja de la metonimia de vida que hay sentada en la acera...
Un perro se cruza. Pasea su pachanga. Su rabo, agitado izquierda-derecha-izquierda, continúa la marcha. Y, de repente, el milagro: te ladra... ¡Sigues existiendo para el mundo!
Todo un consuelo....
Al fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él: ¡din-dan!
Murió don Guido, un señor
de mozo muy jaranero,
muy galán y algo torero;
de viejo, gran rezador.
Dicen que tuvo un serrallo
este señor de Sevilla;
que era diestro
en manejar el caballo
y un maestro
en refrescar manzanilla.
Cuando mermó su riqueza,
era su monomanía
pensar que pensar debía
en asentar la cabeza.
Y asentóla
de una manera española,
que fue casarse con una
doncella de gran fortuna;
y repintar sus blasones,
hablar de las tradiciones
de su casa,
escándalos y amoríos
poner tasa,
sordina a sus desvaríos.
Gran pagano,
se hizo hermano
de una santa cofradía;
el Jueves Santo salía,
llevando un cirio en la mano
—¡aquel trueno!—,
vestido de nazareno.
Hoy nos dice la campana
que han de llevarse mañana
al buen don Guido, muy serio,
camino del cementerio.
Buen don Guido, ya eres ido
y para siempre jamás...
Alguien dirá: ¿Qué dejaste?
Yo pregunto: ¿Qué llevaste
al mundo donde hoy estás?
¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?
Buen don Guido y equipaje,
¡buen viaje!...
El acá
y el allá,
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo infinito:
cero, cero.
¡Oh las enjutas mejillas,
amarillas,
y los párpados de cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!
¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!
el caballero andaluz.
( http://www.youtube.com/watch?v=grGHUNRd8Iw
Música J.M. Serrat.)
Para mí existes muchísimo.
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