Y me fijé, primero, en sus dedos. En cómo el índice apretaba el botón. Y recorrió ese apéndice, empujado el ánimo por el ascenso de la máquina en la que íbamos, hacia arriba, siguiendo, al puño, la manga; y tras ella, el cuello.
Lo miré durante todo el traqueteo del engranaje. Aquellos gajos amargos que relamía acordándose de dios sabe qué.
Con este pensamiento, escalé por donde su mirada se extendía. A los lados, sordo el sentido, la música de aquel cacharro nos remitía a realidades distintas, separadas, tan solo, por un cable que une la clavija con el oído.
Se detuvo la subida, y con ella, el tiempo, que se agota.
Juro que, de no haber sido tan cobarde, habría estampado ese cuerpo contra el cristal y hubiéramos confundido la campanilla de alarma con el gemido de un orgasmo precipitado.
Hola Judith,
ResponderEliminarla verdad es que me cuesta un poco entender la situación tan imaginativa que has creado, expresa algo divertido, en el que parece experimentas algunas sensaciones reales o imaginarias de tus escritos. A mí me gustaría saber escribir con esa fantasía que tenéis, pero soy muy acotada. Besos.
jeje en que pensarías jodía....
ResponderEliminarmua. anetta