Absence: tout episode de langage qui met en scène l'absence de l'objet aimé - quelles qu'en soient la cause et la durée - et tend à transformer cette absence en épreuve d'abandon.
(R. Barther, Fragments d'un discours amoureaux. Ed. Du Seuil, Paris: 1997. 19)
"¿Hay un espacio social para la literatura?"
Se abría esta mañana un debate a partir de esta cuestión. Tras una concatenación, más o menos abrupta, de experiencias rememorativas de quien dirigía la charla y las incontables citas de filósofos fenomenológicos, hemos llegado al señor Edmund Husserl. Y, para deshacerme de recientes malos pensamientos sobre el mundo en general (reflejado en una de las últimas actualizaciones de esta bitácora), he empezado por hacer eso que tanto les gusta a mis entusiastas mentores: aplicar la metodología comparatista. Lo que pasas es que uno es como es y de lo fenomenológico se pasa a los devaneos sin darse cuenta.
Decíamos en una anterior actualización que, como es notable, el índice de lectores desciende notablemente en los últimos años. Uno se pregunta la razón y se da cuenta de que una sociedad iletrada como la nuestra poco - y mal - puede potencia el hábito lector. La respuesta a esta grave - gravísima - acusación puede venir dada, precisamente, por nuestra propia tradición.
Remontémonos al siglo XVI, aunque les parezca demasiado.
Hoy día, está comprobado - el número y la calidad de investigadores e investigaciones lo avala - que países en los que cuajó la Reforma Protestante, basada en la "libertad" de lecturas posibles de la Biblia para su entendimiento y aplicación, son los mismos que hoy potencian, respaldan y dan cabida al hecho -¡oh, sorpresa! - de que haya diferentes posibilidades interpretativas dentro de una misma lectura. Esto es, Alemania, Países Bajos, América del Norte y parte de la Central; lugares donde nacieron y aún se mantienen disciplinas como los Estudios Comparatistas o los estudios Culturales, entre otros.
Es fácil de entender, entonces, que aquellos otro países - como mi querida España - más ranciamente contrarreformistas y creyentes a pies juntillas apoyan mucho menos, siquiera, propuestas de estudios multidisciplinares o abiertos, como puedan ser los Estudios ibéricos; esto es, la perspectiva descentralizada de una literatura Peninsular basada, única o mayoritaria-centralmente, en la escrita en castellano en detrimento de las otras cuatro.
Bien, remontémonos más aún, hasta Aristóteles. Ya decía él, en el siglo IV a. C. ,que el hombre no tiene tiempo suficiente en una sola vida para aprender todo lo que le es necesario para su formación. Por ello, recurre a la mímesis como modo indirecto para obtener el conocimiento del mundo. La vida de los otros como aprendizaje para nuestra propia vida, se me ocurre. Y esto, respecto a la literatura, bien puede aplicarse. ¿Cómo? Recurriendo a las palabras de Husserl en su Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Lectura como mímesis, como una presencia que con la voz, la de la lectura, invocamos a nuestro lado. Lectura como recuperación del pasado, transformándolo en eterno presente - es aquí donde, creo, converge con el concepto de "Memoria" tan utilizado en la literatura en la segunda mitad del siglo XX, motivado muy especialmente por las grandes catástrofes sanguinarias/dictaduras. Decçia lectura como recuperación, pero también como crecimiento. Cuando leemos, abrimos un espacio que puede ser ocupado por otras perspectivas - vidas, personajes, tramas, temas, ... - que nos ofrezcan "otros posibles" con los que se re-llene y conforme nuestra propia subjetividad. Que nos den un plus de realidad; un grado superior de. "L'ompliment del nostre buidor com lectors" según J. R. Resina.
Evidentemente, Husserl explica esto mucho mejor. Él llama epogé al momento en el que, mientras leemos, se pone entre paréntesis nuestra reacción interventiva con la realidad; una especie de auto-retención. La epogé nos cierra todo juicio de valor sobre existencias espacio-temporales - aquellas del texto. Aceptamos como modelo ficticio eso que se nos ofrece desde el universo al que asistimos mientras leemos, pero sin llegarnos a creer la letra escrita - esto es el pacto de la ficción, aquello que no acepta Don Quijote en el famoso episodio del Retablo del Maese Pedro, ya que juzga como ciertos, y por ello interviene de manera activa en los acontecimientos que allí se le presentan. Y esto sucede al buen lector, al que se le ha enseñado - o el que ha aprendido - la necesaria separación del texto para apreciar eso que le interesa a tu subjetividad, a tu "vacío" de lector.
Por tanto, aceptamos la lectura como hecho no prescindible para el hombre. Es decir, literatura ya no sólo como ilusión de esa presencia evocada, sino como experiencia física del cuerpo humano en la que desarrollarse gracias a esa mímesis para el aprendizaje. La reubicación del individuo en nuevas coordenadas espacio-temporales - los cronotopos, según Bajtin - en las que el hombre-lector reincorpora el pasado en su presente; esto es, cuenta con una experiencia más dentro de la suya propia, sin la necesidad de vivirla en primera persona, sino como co-actor u observador. La experiencia de la lectura como mímesis metafórica. Como el invocar aquella presencia que rellena nuestros huecos de conocimiento.
¿Qué pasa entonces? ¿Por qué tanta falta de lectores, si estos son la cristalización de una reflexión multiplicada? Pues, a mí entender, porque hoy ya no es necesario recurrir a la lectura como fuente de conocimiento. Hay mil maneras para ello, desde las redes sociales hasta la TV o el cine, pasando por la radio. Lo escrito, al contrario de lo que pasa con estos medios fono-visuales, no mediatiza la imagen o correlato exterior en la conciencia de ese observador. Al leer no vemos ni oímos una duplicación de esa realidad, solamente- y este adverbio es solamente irónico - presenciamos la veracidad de una realidad narrada; la realización verídica de la misma sólo tendrá lugar en nuestra mente, individual sí, pero altamente influenciada por esa tradición con la que se iniciaba la entrada.
En consecuencia, esta práctica canibalista de fagocitar todo cuerpo literario pierde adeptos por la inmediatez y la facilidad que otras formas de conocimiento indirecto ofrecen al hombre. Ya no hay tiempo de pararse afrente a lo ausente. No hay tiempo para leer, para verse abocado a una experiencia que ya fue y que debemos obligar a que se repita frente a nosotros. La lectura ya no es un proceso con una praxis clara. La función social de la lectura fue , principalmente y en pretérito perfecto, la de la reflexión. Y a más lectores, más reflexiones - de ahí la importancia de libertad de lecturas de un mismo texto que decíamos antes. Ahora la reflexión se bate en duelo entre cenáculos y grandes masas. La reflexión de la erudición y la élite, de las estanterías de una librería de viejo, frente a la grossesse interminable e inabarcable de una literatura de Carrefour y Corte Inglés.
Esto, siendo lamentable tanto la minoría selecta como el pandémico embrutecimiento de las letras, divide a la sociedad entre los que sí consumen cierto tipo de literatura opuestos, diametralmente, a los que no. Y no potencia otra cosa sino la reflexión extrema individual : reflejo de una sociedad cada vez más fragmentada, individualizada y autista que permanece oculta bajo el engaño de la globalización, la feliz sociedad universal de consumo y la disparatada aceleración del vector temporal en esta Post-Modernidad, pronta a desaparecer.