No les voy a decir cosas que ya saben. Nunca me he sentido integrada, ni integrante, de ningún grupo. No me siento a gusto con una masa pensando igual que yo (es más, me asusta). Me siento bien paseando sola; sola en mi habitación, la biblioteca; trabajando en un puesto sin compañeros; ir al cine o al teatro sola. Me siento bien así. Me siento más llena. Siento, en definitiva, todas mis capacidades disparadas, alerta. Y eso es lo que, en definitiva, creo que es vivir para mi. La felicidad es eso.
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Es, precisamente, gracias a estas breves pautas de comportamiento dentro de la tribu - aislarse, lo crean o no, es también una manera de (sobre-)vivir en sociedad - que acudí ayer tarde a Tirso de Molina. Fui porque creo en unas libertades que se nos roban día y día, con la ayuda de la demagogia y el embelesamiento ante unos medios de comunicación oprobiosos e insultantes para quien se atrebe a atisbar. Los que intentan buscar una realidad que les sea fácil, llevadera; encontrar caminos y camisas que les permitan respirar por las mañanas en el trabajo. Cinturones que, ante la necesidad, se aprieten sin provocar desánimo, desilusión, derrumbes de conciencia. En definitiva, modus vivendi, que les permitan ser coherentes con sus ideas; consecuentes con sus actos, responsables y dueños del máximo imperio que tenemos los seres humanos: la existencia. Por esto, ayer me manifesté. Porque soy creyente: creo en los derechos del hombre. Creo que es mi vida y tengo derecho a relizarla de la manera que quiera para obtener felicidad en su transcurrir. Y, ya que creo en estos derechos universales, los respeto. Respeto el derecho del resto a hacer lo mismo que yo; la noble y ardua empresa de buscarse, encontrarse y vivir. Como quieran, con quien quieran. Y empleando, para ello, los útiles que más convenga a cada cual.
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¿Verdaderamente hemos salido de la Edad Media? ¿Es cierto que el Estado y la Iglesia ya no es lo mismo? Perdonen, pero, quien crea así, se equivoca de parte a parte. Este gobierno meapilas y cobarde, que deroga leyes a favor del aborto por visitas vaticanas, como en 2009; esta sarta de mentiras polítcas y corruptos, que empezaron con buen pie quitando crucifijos de las escuelas públicas, se han bajado los pantalones y han besado el suelo que pisaba su Santidad. ¿Saben qué? Mientras se despilfarra agua, se cortan calles, se desvía el tráfico, se paraliza la puñetera capital de este páis por un abuelo en bata con bastón de oro e ideas inicuas; al pueblo de Madrid se le niega manifestarse en sus plazas - porque las plazas, queridos voluntarios y jornadistas, son nuestras, del trabajador, del contribuyente, del ciudadano libre que las paga y mantiene con su trabajo. Al pueblo de Madrid se le desaloja, literalmente, a palos, a empellones, a golpes de porra, insulto y provocación. Al pueblo de Madrid, y de España entera, el cual está en su mayoría constituido por ciudadanía geriátrica, se le cobran los pañales para ancianos, las tiras radioactivas de la orina, las medidoras de glusosa en sangre.
¿Y yo soy un perroflauta, una okupa, una sinvergüenza terrorista por no creer en estos mercaderes del templo? Creo que, si después de la manifestación de ayer no quedó claro que España quiere ejercer su condición constitucional de país laico y aconfesional; que los cristianos de base se avergüenzan de la Iglesia católica, apostólica y romana; que no queremos unión entre Estado e Iglesia; que Cultura y Religión no son compatibles. Si el miércoles no quedó claro todo eso, que baje Dios, San Pedro o el mismísimo Papa - si tienen lo que hay que tener- y nos lo digan...
Es mi vida. La vida de los míos. La vida de todos y cada uno de nosotros. Idos a freis espárragos al Vaticano. Es mi oportunidad. Y no pienso malgastarla MÁS en vosotros.
Yo apostato; me retiro de esta secta con el mismo derecho que Rouco da y retira la excomunión.
Si quieres vacaciones, si quieres reuniones, si quieres misiones...
NO con mis impuestos.
...Ni Papa ni hostias....
Por un país laico de verdad.
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1. f. Cuerpo encargado de velar por el mantenimiento del orden público y la seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades políticas. 2. f. Buen orden que se observa y guarda en las ciudades y repúblicas, cumpliéndose las leyes u ordenanzas establecidas para su mejor gobierno.
Sí, quizá sí... ¡¡¡Que vienen los grises!!!
AMÉN!
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