"El Cristo descendió de su cruz y dijo al creyente que oraba de rodillas ante él:
- Hijo mío, sois unos imbéciles. Hace diecinueve siglos que predije la paz, y la paz no se ha hecho. Predije el amor, y continúa la guerra entre vosotros; abominé de los bienes terrenos, y os afanáis por amontonar riquezas. Dije que todos sois hermanos, y os tratáis como enemigos. Hay entre vosotros tiranos y hay gente suq se dejan esclavizar. Los primeros son malvados; los segundos, idiotas. Sin la pasividad de estos, no existirían aquellos. [...] ¿Por qué sufrir en silencio cuando se tien la fuerza del número... del derecho? [...]
Uno de mis más amados discípulos, Ernesto Renán, ha dicho que yo fui un anarquista. Si ser anarquista es ser partidario del amor universal, destructor de todo poder, perseguidor de toda ley, declaro que fui anarquista. [...] ¿Por qué os complacéis en destrozaros? [...] Hijos míos, ¿por qué sois tan imbéciles? [...] Sacudid el yugo los que sufrís la tiranía; destruid la opresión los que vivís esclavizados. Con vosotros, los obreros, está la fuerza; vosotros sois el mayor número. Si agonizáis en las fábricas es porque no tenéis la entereza de saber vuestro derecho.
Levántate, levántate, hijo mío. No es de los tiempos que corren la oración, no es de esta época de lucha la resignación mística. Me habéis injuriado gravemente; habéis disfrazado mis doctrinas. No legitiméis con mi nombre la explotación. Los que mantienen gobiernos y soldados no son mis discípulos.
¡Levántate y lucha!"
"El Cristo nuevo"
José Martínez Ruiz, Azorín.
El Porvenir del Obrero, núm. 91, 8 febrero 1902, pág. 2-3.
[Recogido en: Lily Litvak, El cuento anarquista (1880-1911). Antología. Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Madrid, 2003. ]