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jueves, 14 de junio de 2012

Morralla en la herencia de los nietos del Cid.


"Nos hallamos en un momento de la evolución humana que no debe tener precedentes en la historia. Gran parte de la humanidad, y precisamente esa parte que responde a la que creó hasta aquí los acontecimientos que conocemos con alguna certeza, se desentiende poco a poco de la filosofía moral que la preocupó durante veinte siglos."

Esto comentaba Maurice Maeterlinck en su ensayo 'Inquietudes filosóficas', recogido en su libro de ensayos L'intelligence des fleurs (1907). La despreocupación, o adapatado a la Modernidad, el pasotismo del personal anegaba la vida de los individuos, los cuales iban perdiendo poco a poco, y aun casi sin atisbarlo, ya no razones morales de rancio abolengo. No es cuestión de ética, moral, religión. Era, más bien, la ruptura de lazos con la tradición. El precio de la independencia. De la libertad. Era el rebelarse contra el padre. La vanguardia se aproximaba. "El progreso es el castigo de Dios", decía W. Blake. Y el hijo escupió al padre.

"Que una doctrina se extinga, el hecho no es nuevo. Debe haberse realizado más de una vez en la noche de los tiempos; los analistas de fines del Imperio romano nos hacen asistir a la muerte del paganismo. Pero hasta ahora, los hombres que pasaban de un templo que se hundía a un templo que se edificaba, salían de una religión para entrar en otra; mientras que nosotros abandonamos la nuestra para no ir a ninguna parte. Este es el fenómeno nuevo, de consecuencias desconocidas, en que vivimos."


Y aquí empezaron los problemas. La niebla que ya presagiaba Unamuno se hacía cada vez más densa, convirtiéndose en casi una venda para los ojos del hombre, quien ya no veía el camino y para quien recordar era un lujo demasiado caro al que, dadas las circunstancias de empobrecimiento ético, moral y social, no podía alcanzar. ¡Y eso que aún no sabían lo que era la II Gran Guerra! Aquellas "estelas en la mar" tan machadianamente alegres y esperanzadoras en pleno Modernismo de principios del siglo XX dejaban paso al reguero de migajas de pan por el que un día se perdió Garbancito.  Todos sabemos que, de tanto confiarse por el bosque, luego fue a buscar y no encontró más que su eco. Y el claro se le alejaba cuanto más se acercaba a él. "Mírate y lo verás", Narciso, las consecuncias de volverse y ver la llama...

"Nosotros aún vivimos en los monumentos elevados por la moral nacida de nuestra fe religiosa. Pero sentimos que, a pesar de los sostenes de la costumbre, esos monumentos se agrietan sobre nuestras cabezas, y que ya, en muchos puntos, nos encontramos sin abrigo. Así es que asistimos a la elaboración más o menos inconsciente y febril de una moral premiosa porque se la cree indispensable, hecha con despojos recogidos del pasado, con conclusiones tomadas al buen sentido ordinario, con algunas leyes entrevistas por la ciencia, y en fin con ciertas intuiciones extremas de la inteligencia desorientada que vuelve, dando un rodeo a un misterio nuevo, a antiguas virtudes que el buen sentido por sí solo no puede apuntalar. […] Parece llegada la hora en que muchos se preguntan si, continuando la práctica de una moral elevada y noble en un centro que obedece a otras leyes, no se desarman con demasiada candidez y no representan el ingrato papel de víctimas del engaño. Quieren saber si los motivos que los unen todavía a las viejas virtudes no son puramente sentimentales, tradicionales y quiméricos; y en vano buscan en sí mismos los apoyos que la razón aún puede prestarles."

Pero, ¡ah! siglo XXI. Con su quién sabe si Modernidad, Posmodernidad. ¿La razón? ¿El buen sentido? ¿La fe religiosa? Me pregunto si los que afirman sentirla verdaderamente la sienten, o sólo es el rescoldo de aquella llama amenazante de otras épocas: no harás, no pensarás, no desearás. Pensemos por un momento así, siguiendo las presunciones de Maeterlinck. Aquellos monumentos a medio derruir, las tradiciones - ya sean en forma de costumbres, comida, bailes populares o canciones infantiles - quedan ya muy lejos para los que HOY pueden saltarse el particular Miniver; para aquellos que, obviando al Gran Hermano de turno -evidentemente, sin referirnos al fracaso escolar que puebla las bambalinas televisivas -, se planteen cosas como el dónde vamos. 
El hombre del siglo XX rodeado de adelantos tales como el cinematógrafo, la velocidad de los automatismos, la luz eléctrica, ¿para qué necesitaba recurrir a algo tan quimérico como la idea de un dios si tenía al alcance de la mano algo que hoy conocemos como tecnología punta? El suñeo de cruzar los mares, llegar al espacio incluso, hacía sus primera incursiones en la Realidad. Ya no era sólo Simbad. Era Rubén Darío en París y Lorca en Nueva York - por citar los dos más conocidos y, por ende, sobreestimados y que no se me acuse de erudita pestosa. Era la alucinación de tener al mundo a los pies de uno mismo en formato revista semanal, de periódico diario - valga la redundancia - o de frecuencia radiofónica Marconi. Los adocenamientos de la Iglesia, aunque con muchos fanes aún - ¡y ahora! - quedaban relegados y lo que antes era dogma, ahora ya sólo servía de superstición. Como fantasmas que se fueron con la oscura noche finisecular. El hombre. La ciencia. El renacimiento del homocentrismo. Años 20, 30... Don't rain on my parade! ¡Celebrémoslo!
¿Pero con quién? La razón imperante había mostrado la verdad. Ya no quedaban  creencias, tradiciones, comunidad. La disipación de aquella promesa de vida eterna constituía el mejor carpe diem jamás pensado. El tiempo se había detenido. Ya no se pensaba en un futuro, en un mañana. Aquí, ahora y corriendo que vuela. Esto es, la angustia del hombre de la Modernidad. 
¿Así que la Modernidad era el deslumbramiento inicial para acabar más perdido de lo que se estaba? Bueno, nadie dijo que la Verdad fuese gratuita. Recomenzar una y otra vez. ¿En busca de qué? Tal vez en busca de uno mismo. De tal modo el último cuarto del pasado siglo XX iba sepultándose bajo arena.
¿Y ahora? Siglo XXI. Somos la última morralla de herencia de aquellos nietos del Cid. Ni tan sólo nos queda la duda que en ellos albergaba sobre dioses, espiritualidad, caminos a seguir. Tampoco ese Renacimiento del Homocentrismo, pues la confianza en el Hombre tampoco es nuestra bandera. ¿Pesimismo, pasotismo, individualismo? ¿Confianza en un yo escindido? Ni siquiera
A heap of broken imagen,
a handful of dust.
T.S. Eliot, The Waste Land (1922)

¿Dónde estará nuestro reino?
J. E. Cirlot, Regina tenebrarum (1966)

*Los tres fragmentos citados de Maurice Maeterlinck, en letra cursiva, se encuentran en La Inteligencia de las Flores. Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, Hyspamérica, Ediciones Orbis, 1987. Pp. 204-205.

2 comentarios:

  1. Nietzsche, padre del nihilismo, dice que la única manera de luchar contra él es la voluntad. Recordemos a Azorín. Miremos nuestros heriales manchegos, nuestra corte de los milagros, nuestros feudos litorales. ¿Posmodernidad? No, querida: carácter nacional. En España sólo se ha tenido voluntad una vez en la Historia: para echar a los franceses. Voluntad de usar y tirar en una tierra de pícaros. Y luego, la nada: nunca creímos y nunca creeremos. La fe no cayó por la Modernidad, porque nunca la hemos tenido. No pidas peras al olmo, Amparina, que semos españoles.

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  2. ¿Tú crees que es tan simple como ser español o ser de la China? No sé, Amparo. Creo que todo va más allá en este caso. Ya lo hablaremos en la próxima soirée, pero el hombre es una categoría superior a la nacionalidad. El 'yo' es una una invención, pero no el sentido físico del individuo. Y ahí es donde nos perdimos: la discordancia entre el ser y el no-ser a un tiempo.

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