Cuánto te he echado de menos.
No sé si es por tu nombre de chulo y castizo; por tu donaire de mujer que luce encantos un domingo por la tarde paseando la Gran Vía; por tus maltrechos andurriales de suburbios, tascas y “dobles filos” nocturnos. No sé porqué, pero me hiciste tanta falta…
Hubo tardes de desconsuelo porque te buscaba doblando esquinas. Y pese a tu magnificencia, tu amor propio que irradias desde lo alto del edificio de Plaza España, nunca encontraba Fuencarral mirando a Quevedo entre mis manos.
Sé que muchos te desechan por tu abrumador soniquete continuo e interminable -ése mismo que a mí me hace sentir segura y protegida, como por casa, en zapatillas, aunque sean las 3 de la mañana en Tribunal-; sé que otros tantos te aborrecen, los agobia ese abrazo tan estrecho que das con tus miles de miembros, de ojos, de bocas en cada esquina, desde las que retumba la vida que cada uno lleva dentro de ti, Madrid.
Todos acaban huyendo. Pobre de ti. Te han cantado, escrito e incluso, premiado y reconocido belleza en todo el mundo. Pero todo amo se cansa del lazarillo cuando lo remplaza por un nuevo bastón. Y cuando pasa el tiempo, nadie se acuerda del capote torero que echas por Ventas y Cuatro Caminos al llegar con una maleta de cartón forrada y una mano delante, otra detrás. Eso también es parte de tu encanto: uno es de Madrid en cuanto pone un pie en ti. Aunque todos sabemos que tu verdadera magia es el poder soñarte en el traqueteo que te une con las provincias. La felicidad previa (y postrera, le pese a quien le pese) que regalas al dejarte querer antes de conocerte -como se hacía en el amor cortés, cuando los enamorados se amaban sin haberse visto la cara-; al colarte en sueños que vuelan desde la sierra de Guadarrama hasta la cordillera de los Andes. Por qué será que tantos acuden a pedirte ayuda, a refugiarse en ti, mantoncito de Manila, rico pañuelo chinesco que se ciñe y se perfila de los hombros a los pies, como si faldas de madre fueras…
Voy como un auténtico loco recorriéndote las entrañas.
Eres como un buen libro, Madrid, Madriz; el mejor libro. Madrí. A cada mirada, por mil veces que te mire, sacas algo nuevo para mi. Para gustarme más, para quererte con más locura y acariciarte con mis pies quasi desnudos en tu desértico mes de agosto.
Que hay que acostarse contigo llorando en invierno para saber que luego siempre se ríe y que, pese a puñetera en tu comienzo, eres buena de cabo a rabo, Madrid. Chulapa, gata, madrileña; revoltosa, cupletista y verbenera como los flecos de tu mantón.
Bien es cierto que eres vieja y encallecida, por años y trote; pero no por gusto, que bien presumida te adornas tú, flor de Chamberí, cada 15 de mayo y agosto. Sacas tus colores por las calles adornadas de banderines y fiesta de pueblo. Gustas de vivir un carnaval continuo de máscaras, faldillas y revuelos de organillos para recibirnos a todos, confundidos por tus variopintas sombras chinescas; pero en la intimidad de un piano, en las Cuevas de la calle del Príncipe, después de dejarte invitar a una sangría, bien acaba uno intimando contigo, enamorándose de ti. Y balanceándose por tu cadera de nardos, con la musiquita de Huertas y Don Hilarión, calle Atocha, abajo….
Y San Sebastián, con Benina, en el alto de la costanilla, vigilando…
(Permítaseme el gusto de teñir a Madrid de morena, por los fogones de la Plaza Mayor y sus castañares del Barrio del Pilar; mientras Barcelona será la rubia, por el reflejo del solecito y sus mimosas… )
Tiene razón don Sebastián,
tiene muchísima razón.
Y si me gustan
las hijas de Eva,
¿qué he de hacer yo?
Nada me importa el qué dirán:
sigo la pública opinión.
Y si me encuentro
como un muchacho,
¿qué he de hacer yo?
¿Qué de hacer yo?
Pues nada...tirar p'alante y a ver qué pasa...
Una morena y una rubia,
hijas del pueblo de Madrid,
me dan el opio con tal gracia
que no las puedo resistir.
Caigo en sus brazos ya dormido,
y cuando llego a despertar,
siento un placer inexplicable
y un delicioso bienestar.
¡Ja, ja, ja,
ja, ja, ja, ja!
Y es que las dos,
¡ja, ja, ja, ja!
se deshacen por verme contento,
¡ja,ja,ja,ja!
esperando que llegue el momento
en que yo decida
¡ja,ja,ja,ja!
cuál de las dos
me gusta más.
Algo me cuestan mis chulapas,
pero la cosa es natural:
no han de salir a todas horas
con un vestido de percal.
Pero también algunas veces
se me ha ocurrido preguntar:
¿Si me querrán estas chiquillas
por mi dinero nada más?
Pero, ¡ca!
¡ja, ja, ja, ja!
Y es que las dos,
¡ja, ja, ja, ja!
se deshacen por verme contento,
¡ja,ja,ja,ja!
esperando que llegue el momento
en que yo decida
¡ja,ja,ja,ja!
cuál de las dos
me gusta más.
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