En poesía, la forma va por dentro. JRJ
En música, también. A. M. Molina.
A fin y
al cabo, poesía es ritmo, palabra y música atrapadas bajo la forma o gracias a
ella, forma que canta y cuenta.
A. Machado.
Apre(he)nder
una lengua mediante el ejercicio lector es desarrollar un instinto de
detective: qué misterios hay en cada una de esas formas – que llamaremos palabras – desconocidas presentadas por
primera vez; acabar con la incertidumbre que la hace extraña a ella y desconfiados
a nosotros. Apre(he)nder una lengua mediante el ejercicio lector es abrazar esas
formas como queriendo desabrochar el
sujetador del ser deseado; la liberación del anillo de hierro (G.A. Bécquer)
para que se desparrame sobre la mesa derramando todo su significado abrupto y pulible, arcilla maleable sobre la mano
izquierda, que es la que moldea desde dentro. Pero, ¿se puede tener a la forma
sólo como a una argolla del significado? ¿Es, pues, estanca o busca restallarlo
desde dentro para dotarle de nuevos contextos?
Un
ejercicio para ver esta cuestión de-forma son los Diarios de Colón (dejemos de lado
cualquier tipo de interpretación que del texto se haga basándose en la
demagogia política actual. Aquí sólo literatura y hombres). Monólogo-desvarío,
pues, de quien se topa con lo inesperado, con un ente oculto al individuo que
va más allá, tentando; como uno mismo atrapado en un cuento de ciencia ficción:
visión de palmeras sevillanas en los montes venezolanos. Casi un surrealismo
realista.
Ante
esa nueva realidad, maravillosa, el léxico diario del hombre se agota en sí
mismo, se ve sobrepasado por aquello que ven los ojos más allá de sus narices.
Se pierde el sentido y substancia del lenguaje conocido a causa de la novedad y
la otredad de, en y a través de la
experiencia. Estamos, de nuevo, con lo que la literatura moderna dio en llamar “incomunicación
o incapacidad de expresión del lenguaje” y la consecuente deconstrucción del mismo – preguntarle al hombre porqué es hombre o
al lenguaje porqué dicen lo que dicen de modo tan arbitrario. Debido a esta
inhabilidad léxica aparece un hueco: en el vacío de las ropas gastadas e
inservibles que revestían nuestra terminología básica sólo queda la percha – si
seguimos con la metáfora –, el frasco
que mantuvo la esencia: la forma. Ésta permite, sin separarnos de nosotros
mismos, re-inventar lo in-existente hasta ESE momento para NUESTRA realidad
mental e imaginaria. Agarrar la realidad y darle – o darnos a conocer – otro
perfil, hacerla poliédrica y mutable. Cuestionable y válido en su conjunto,
porque eso recién contado ya es real gracias a que se ha verbalizado. Ya no es
una idea: es un algo que existe. Como
un escocés con falda en un pueblo de la Castilla profunda tocando la gaita, un
marciano en busca de Gurb o tres barcos perdidos en mitad del océano. Colón,
cuando levanta la vista y ve lo que ve, intenta describirlo empezando, de nuevo
y sin saberlo, el verdadero viaje: el periplo lingüístico y léxico. Durante
aquel ejercicio de escritura no era más que otro lector enfrentado a una nueva
realidad que se le muestra y que él trata de re-crearla a través de la palabra.
Un círculo perfecto donde caben realidad, ficción y re-creación mediante el
poder de lo escrito.
Así, la
novedad que supone comenzar a desentrañar la forma, ya sea de una visión o de
una lengua extranjera, no es más -ni menos- que el enfrentamiento a la lectura
de lo desconocido e indecible, de aquello que nos asusta por no tener realidad
definida ni delimitada, siquiera por la palabra. El único descubrimiento positivo a celebrar fue, pues,
el de la re-creación a través de las palabras del continente americano, que transmutaba
aquella neovisión al ignorante hombre
"de este lado del océano" hacia planos más reconocibles para él, ya
apre(he)ndidos.
¿Podríamos decir lo mismo de la traducción? Hay quien dice - Consuelo Berges, "la voz de Stenhal" en nuestra lengua - que la traducción es un género más de la literartura, como un tejido regenerado gracias a otro ya existente:
«una buena traducción no debe de ser nunca una transposición. Es ya de por sí un género literario, porque si el autor pone el alma y el hueso, el traductor pone la piel».
La traducción como un ente invertido, patasarriba, una tela dada la vuelta, reversible. La piel como forma, quizá, que dé nuevas realidades a aquello desconocido puesto a nuestro alcance.
La
forma, por tanto, va por dentro, muy al contrario de lo que se cree o se nos
dice desde definiciones oficiales – configuración externa de… molde en que se
vacía algo…
Que la forma va por dentro es, en definitiva, el único camino que
tiene de no ser opresora (de-formadora) del fondo, sino su motivo de vida,
expresión y desarrollo.