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sábado, 30 de junio de 2012

Crónicas del país de Sansueña. Costumbres y graciosidades (III)

La sempiterna Sansueña dormía la mona
Esta frase hecha, al parecer harto conocida entre los oriundos, sirve como inicio de cualquier crónica fiestera que se precie, así como de conclusión apoteósica de la misma, especialmente, en episodios estivales y/o veraniegos.

Sansueña ya de vacaciones se llena de críos revoltosos, correteos calle arriba, calle abajo de niños con balones, patinetes y algún que otro azote en sus pueriles e inexpertas posaderas. Desbocados cabritillos juguetean pensando en los meses, los días, las horas que les quedan por delante para disfrutar de la piscina, del parque, de la siesta, de los dibujos y la tele por la noche; aunque todo acabe con el planto de una pobre madre histérica clamando al cielo "¡Qué hartita estoy, dios mío!¡Cualquier día me largo de casa!" Amenazadoras féminas, la fuerza escápasele boca afuera y cualquier lamento se torna alegría cuando los pequeños retoños empiezan a cabecear sobre el plato de la cena,  preludiando el ansiado descanso nocturno en la ventana, la terraza de casa o el patio común del vecindario.
Los más jóvenes, pavoneándose cual palomas torcaces ante gavilanes apuestos y atrevidos, se emparentan para pasear por la playa, tostarse de la mano en las piscinas, compartir helados que la mayor de las veces acaba derretido sobre el escote o la falda. Y besarse. Besarse como si no hubiera un mañana. El despertar del amor primaveral en Sansueña pasa a su fase de lujueria elevada a la 'n' durante las veladas del verano entre las verbenas de los pueblos y las hogueras de San Juan. Pues en ellas no sólo arden los apuntes, cuadernos y libros de notas de los estudiantes - curioso es ver estas fogatas frente a las ardiente manifestaciones del profesorado sansueñero. Dicho sea de paso, algunos de los oriundos, resentidos en parte por el hecho de que sus primos británicos se llavaran este 2012 el gato al agua, ya han aceptado esta fogosidad juvenil como sus propias y merecidas 'olimpiadas sexuales'.

Pero otra cosa es la que "quita el sueño" - subrayo comillas - al hombre de a pie. Contra la crisis, el rescate económico, las huelgas mineras, el medicamentazo. Nada de ello importa si se puede disfrutar de algo por lo que el sansueñero enloquece: la terraza de un bar. 
Terraza Bar Polaco 1966
Carajillo al sol por la mañana; bocata del mediodía; comida de menú; café; cerveza; merienda-cena; cena; cubatas; copas; carajillos...... 24 horas. Esta moda de, los llamados comúnmente, señoritingos se extiende por pueblos y ciudades, desde el interior a la costa. Todo sansueñero de honra y casta cena, acuesta a los muchachos - es aquí cuando aparece el personaje clave de toda vida feliz en Sansueña: la abuela - y se baja al bar. Una cervecita, un gintonic, un lo que sea combinado. Y a pasar el rato. Fíjese ahora usted, atento lector, para su asombro. Qué placer para los sentidos; cuánta dicha para lo que dan en llamar vida social; menudo regocijo para el cuerpo y la mente de las estresadísimas agendas sansueñeras. Qué sensación de felicidad plena no les causará esto, en definitiva, cómo no enloquecerá esta afanosa población que algunos hasta realizan proezas tales como la archiconocida "empalmada al curro". Hay quien afirma que sabe de alguien que le ha dicho que el primo de su vecina es tan fanático de estas prácticas que cada noche se toma su media caña y el ánimo se le exalta hasta un punto que no puede sino seguir de terraza en terraza hasta que sale el sol y, con la vuelta a las obligaciones rutinarias , recobra el seso y, con él, el sueño; quedándose dormido de pie, contra la pared o en cualquier banco de la calle.
He aquí la explicación del porqué y la clara obligación que un sansueñero tiene ante la siesta. El fenómeno del yoga ibérico, exportado a culturas históricas como la china, es vitoreado por todo el país gracias a sus incalculables beneficios al reloj biológico ante la depresión postprandial de después de comidas o bebidas copiosas, insisten los biólogos sansueñeros. Otro fenómeno que recomiendan encarecidamente para aquellos que dispongan de ocio y asueto o, incluso, para los más amyores, es "la siesta de carnero" - también conocida como la del burro, la borreguera o del cura - antes de comer. Hay afamados cronistas naturales del país que afirman que este tipo de reposo se ha de hacer "con pijama, Padrenuestro y orinal."

En consecuencia, los sansueñeros duermen la mona. El país se sumerge en un letargo. En una neblina de bostezos que rezuman los últimos alcoholes de un apresurado patxarán, un orujo de hierbas o el café torrefacto de máquina o descafeinado de sobre. Y digo que duermen la mona porque este pueblo va continuamente ebrio. Ahíto por una especie de atracón de subjetividad y amor propio. Achispado por la emoción del verano, la vida que se renueva tras el frío.
La siesta, las terracitas y  la Eurocopa...


jueves, 14 de junio de 2012

Morralla en la herencia de los nietos del Cid.


"Nos hallamos en un momento de la evolución humana que no debe tener precedentes en la historia. Gran parte de la humanidad, y precisamente esa parte que responde a la que creó hasta aquí los acontecimientos que conocemos con alguna certeza, se desentiende poco a poco de la filosofía moral que la preocupó durante veinte siglos."

Esto comentaba Maurice Maeterlinck en su ensayo 'Inquietudes filosóficas', recogido en su libro de ensayos L'intelligence des fleurs (1907). La despreocupación, o adapatado a la Modernidad, el pasotismo del personal anegaba la vida de los individuos, los cuales iban perdiendo poco a poco, y aun casi sin atisbarlo, ya no razones morales de rancio abolengo. No es cuestión de ética, moral, religión. Era, más bien, la ruptura de lazos con la tradición. El precio de la independencia. De la libertad. Era el rebelarse contra el padre. La vanguardia se aproximaba. "El progreso es el castigo de Dios", decía W. Blake. Y el hijo escupió al padre.

"Que una doctrina se extinga, el hecho no es nuevo. Debe haberse realizado más de una vez en la noche de los tiempos; los analistas de fines del Imperio romano nos hacen asistir a la muerte del paganismo. Pero hasta ahora, los hombres que pasaban de un templo que se hundía a un templo que se edificaba, salían de una religión para entrar en otra; mientras que nosotros abandonamos la nuestra para no ir a ninguna parte. Este es el fenómeno nuevo, de consecuencias desconocidas, en que vivimos."


Y aquí empezaron los problemas. La niebla que ya presagiaba Unamuno se hacía cada vez más densa, convirtiéndose en casi una venda para los ojos del hombre, quien ya no veía el camino y para quien recordar era un lujo demasiado caro al que, dadas las circunstancias de empobrecimiento ético, moral y social, no podía alcanzar. ¡Y eso que aún no sabían lo que era la II Gran Guerra! Aquellas "estelas en la mar" tan machadianamente alegres y esperanzadoras en pleno Modernismo de principios del siglo XX dejaban paso al reguero de migajas de pan por el que un día se perdió Garbancito.  Todos sabemos que, de tanto confiarse por el bosque, luego fue a buscar y no encontró más que su eco. Y el claro se le alejaba cuanto más se acercaba a él. "Mírate y lo verás", Narciso, las consecuncias de volverse y ver la llama...

"Nosotros aún vivimos en los monumentos elevados por la moral nacida de nuestra fe religiosa. Pero sentimos que, a pesar de los sostenes de la costumbre, esos monumentos se agrietan sobre nuestras cabezas, y que ya, en muchos puntos, nos encontramos sin abrigo. Así es que asistimos a la elaboración más o menos inconsciente y febril de una moral premiosa porque se la cree indispensable, hecha con despojos recogidos del pasado, con conclusiones tomadas al buen sentido ordinario, con algunas leyes entrevistas por la ciencia, y en fin con ciertas intuiciones extremas de la inteligencia desorientada que vuelve, dando un rodeo a un misterio nuevo, a antiguas virtudes que el buen sentido por sí solo no puede apuntalar. […] Parece llegada la hora en que muchos se preguntan si, continuando la práctica de una moral elevada y noble en un centro que obedece a otras leyes, no se desarman con demasiada candidez y no representan el ingrato papel de víctimas del engaño. Quieren saber si los motivos que los unen todavía a las viejas virtudes no son puramente sentimentales, tradicionales y quiméricos; y en vano buscan en sí mismos los apoyos que la razón aún puede prestarles."

Pero, ¡ah! siglo XXI. Con su quién sabe si Modernidad, Posmodernidad. ¿La razón? ¿El buen sentido? ¿La fe religiosa? Me pregunto si los que afirman sentirla verdaderamente la sienten, o sólo es el rescoldo de aquella llama amenazante de otras épocas: no harás, no pensarás, no desearás. Pensemos por un momento así, siguiendo las presunciones de Maeterlinck. Aquellos monumentos a medio derruir, las tradiciones - ya sean en forma de costumbres, comida, bailes populares o canciones infantiles - quedan ya muy lejos para los que HOY pueden saltarse el particular Miniver; para aquellos que, obviando al Gran Hermano de turno -evidentemente, sin referirnos al fracaso escolar que puebla las bambalinas televisivas -, se planteen cosas como el dónde vamos. 
El hombre del siglo XX rodeado de adelantos tales como el cinematógrafo, la velocidad de los automatismos, la luz eléctrica, ¿para qué necesitaba recurrir a algo tan quimérico como la idea de un dios si tenía al alcance de la mano algo que hoy conocemos como tecnología punta? El suñeo de cruzar los mares, llegar al espacio incluso, hacía sus primera incursiones en la Realidad. Ya no era sólo Simbad. Era Rubén Darío en París y Lorca en Nueva York - por citar los dos más conocidos y, por ende, sobreestimados y que no se me acuse de erudita pestosa. Era la alucinación de tener al mundo a los pies de uno mismo en formato revista semanal, de periódico diario - valga la redundancia - o de frecuencia radiofónica Marconi. Los adocenamientos de la Iglesia, aunque con muchos fanes aún - ¡y ahora! - quedaban relegados y lo que antes era dogma, ahora ya sólo servía de superstición. Como fantasmas que se fueron con la oscura noche finisecular. El hombre. La ciencia. El renacimiento del homocentrismo. Años 20, 30... Don't rain on my parade! ¡Celebrémoslo!
¿Pero con quién? La razón imperante había mostrado la verdad. Ya no quedaban  creencias, tradiciones, comunidad. La disipación de aquella promesa de vida eterna constituía el mejor carpe diem jamás pensado. El tiempo se había detenido. Ya no se pensaba en un futuro, en un mañana. Aquí, ahora y corriendo que vuela. Esto es, la angustia del hombre de la Modernidad. 
¿Así que la Modernidad era el deslumbramiento inicial para acabar más perdido de lo que se estaba? Bueno, nadie dijo que la Verdad fuese gratuita. Recomenzar una y otra vez. ¿En busca de qué? Tal vez en busca de uno mismo. De tal modo el último cuarto del pasado siglo XX iba sepultándose bajo arena.
¿Y ahora? Siglo XXI. Somos la última morralla de herencia de aquellos nietos del Cid. Ni tan sólo nos queda la duda que en ellos albergaba sobre dioses, espiritualidad, caminos a seguir. Tampoco ese Renacimiento del Homocentrismo, pues la confianza en el Hombre tampoco es nuestra bandera. ¿Pesimismo, pasotismo, individualismo? ¿Confianza en un yo escindido? Ni siquiera
A heap of broken imagen,
a handful of dust.
T.S. Eliot, The Waste Land (1922)

¿Dónde estará nuestro reino?
J. E. Cirlot, Regina tenebrarum (1966)

*Los tres fragmentos citados de Maurice Maeterlinck, en letra cursiva, se encuentran en La Inteligencia de las Flores. Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, Hyspamérica, Ediciones Orbis, 1987. Pp. 204-205.